Era alegre y jovial.
Por las mañanas, se movía entre las gentes del lugar acariciando sus mejillas y generando así un profundo bienestar.
Al atardecer, cuando todos regresaban a sus casas, Plin se acurrucaba en un pequeño hueco que tenía su piedra favorita y se dormía.
Una noche, algo se acercó y sin ninguna dilación sobre él se aposentó.
Frío, muy frío sobresaltado se despertó.
No sabía qué era, lo único que ocurrió es que su voz cambió y en vez de Plin se convirtió en Plon.
¡Qué desilusión!
Ahora va por ahí sin ninguna ilusión, diciendo a todo que sí aunque sea no.
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