viernes, 9 de agosto de 2019

"EL MISTERIOSO CASO DE LOS HUEVOS ROBADOS" (Mª Aurora Díaz Márquez)

Hace muchos, muchos años... millones de ellos, cuando seres gigantes poblaban la tierra, los mares y los cielos, vivían en una cueva entre las montañas, no muy lejos de aquí, una familia de hominidos, nuestros antepasados de la prehistoria. Se hacían llamar "Hrahg-un tah-ta", que en nuestro idioma significa "El clan del corzo veloz". Esta familia estaba formada por el sabio abuelo "Rut", sus cuatro hijos y sus siete nietos. Cada noche se reunían en torno a un fuego para escuchar las alucinantes historias que el anciano Rut contaba, ilustrando con carbón las escenas sobre un muro, ya que no tenían Internet, ni móviles, ni tele... ¡Ni siquiera libros!, puesto que la escritura aún no se había inventado... Algunas de esas historias aún se encuentran ocultas entre los muros de las cuevas y abrigos.

Fue una de tantas noches de cálida primavera, bajo un cielo estrellado y a la luz de las hogueras, que toda la familia se sentó alrededor del viejo.


Contaba el abuelo Rut que un amanecer, cuando él era muy pequeño, la tierra tembló con un ruido ensordecedor...(eso quiere decir que casi los deja a todos sordos). Era un ruido terrible que encogía de pena el corazón: El llanto de mamá Diplodocus al descubrir que sus pequeños huevos, a punto de abrirse, habían sido robados. 

Pero, ¿quién podría ser tan malvado para robar a los futuros y preciosos bebés? Los demás "Diplos" intentaban tranquilizar a la desconsolada mamá. Si los huevos se abrían y los pequeños no se alimentaban, morirían de hambre. Necesitaban a su mamá.




Fue entonces cuando uno de los Diplodocus tuvo la gran idea de contratar a un detective privado. Todo el mundo sabe que los mejores detectives son los conejos, ya que encuentran pistas en cualquier agujero, tienen un gran olfato para rastrear y como son muy simpáticos y graciosos consiguen información de cualquiera... ¡Hasta de un Tiranosaurio!

Ni corto, ni perezoso el joven Diplo se fue en busca de un conejo... Pero no un conejo cualquiera, no, ¡un conejo prehistórico!

Pregunta, que te pregunta, consiguió dar con uno. Era un conejo... GIGANTE. Se llamaba "Nuralagus Rex" y era el rey de los conejos prehistóricos. Era alto, fuerte y peludo; con fuertes patas para correr y saltar y de largas orejas y cola corta. Todos le llamaban "Nura".


Nura contó a Diplodocus que aquella noche el bosque había estado muy agitado. Ruidos extraños se habían escuchado, y algunos saurios aseguraban  haber visto una sombra sospechosa moverse en la oscuridad, bajo la luz de la luna. Además estaban las extrañas huellas cerca del río donde las mamás Diplodocus solían ir a beber antes del amanecer, que es cuando el agua está más fresquita. Unas huellas rojas que sólo podían pertenecer al ladrón.

Al ser un caso de vida o muerte, el conejo gigante Nura convocó en asamblea urgente a los animales del lugar:



"Diatryma Phorusrhacidae", más conocida por "Ave del Terror", por su fuerte pico y despiadadas garras.

 

"Smilodon Fatalis", un "Dientes de Sable" cuyos colmillos eran la envidia de todos los felinos del lugar. 


"Luchi", el "Baluchiterio", una mezcla de caballo con piel de rinoceronte y patas y cuello de jirafa.


El "Doedicurus", o armadillo prehistórico. Un verdadero tanque de guerra con coraza y una maza de pinchos en la cola. Cola con la que "alguien" tropezó antes de salir el sol, lo que hizo que "Dodi" despertase de mal humor.

Don "Megaterio", perezoso como él solo, pero con un oído excelente, que podía aportar información valiosa.

  "Lelo", el "Palaeoloxodon" y su prima lejana "Mut", una Mamut Lanuda siberiana, que había llegado de visita aquella misma noche y se había topado con un ser extraño que corría oculto entre los árboles...


"Tris", una "Triceratops" que lucía un majestuoso collarín, muy amiga de "Nura", el conejo gigante.

Por último, llenando de sombras el lugar de reunión con sus imponentes alas, apareció surcando los aires "Mari Tere", una "Pterodactilo" que tenía ciertas sospechas de quién podría haber sido el secuestrador de los huevos.


Y allí estaban reunidos con Nura, el conejo, para descubrir al culpable y poder rescatar los huevos robados, cuando... inesperadamente, alguien irrumpió en el lugar.


Sus pisadas hacían temblar el suelo.
                          Las ramas se doblaban a su paso.
                          Los animales huían despavoridos.

Nura cerró los ojos... "El" había llegado... 

- "¿De verdad os atrevéis a hacer una reunión tan importante como esta sin mí, vuestro rey?"

Todos los allí presentes enmudecieron... (eso quiere decir que se quedaron mudos). Algunos incluso temblaban. Otros bajaban la vista en señal de sumisión. "Elvis", el "Rex", el más grande de los "Tiranosaurios" del lugar estaba allí, y no le habían invitado...


Entonces Nura, que era un conejo muy listo, explicó al gran Elvis, el Rex, que a un rey no se le debe molestar con asuntos de la "plebe" (eso quiere decir con los problemas de la gente sencilla, o sea todos menos el rey). Pero el gran Elvis, el Rex, insistió en que debía conocer todos los detalles. Porque si había entre los animales  un rufián capaz de robar unos inocentes huevos, con bebés a punto de nacer, debía ser castigado. Y nadie mejor que un rey para dar un buen escarmiento.

 
Todos estuvieron de acuerdo.

Finalmente fueron diez los elegidos para encontrar al culpable: Diatryma, el Ave del Terror; Smilodon, el Dientes de Sable; Luchi, el Baluchiterio; Dodi, el armadillo prehistórico; Don Megaterio, el perezoso; Lelo y Mut, el Palaeoloxodon y la Mamut; Tris, la Triceratops; Mari Tere, la Pterodáctilo; y Elvis, el Rex. Todos a las órdenes de Nura, el conejo gigante.






  Después de interrogarlos, Nura sacó una conclusión que no les gustó:

- ¿Y si uno de vosotros fuese el ladrón?

Todos se miraron sospechosamente y empezó la discusión, los rugidos y los reproches. Que si una dentellada por aquí, que si un zarpazo por allá, que si te doy un picotazo y yo te arreo un buen mamporro con mi cola... Nura los observaba atentamente: Todos habían perdido el control. Todos menos Elvis, el Rex, que como buen rey no se mezclaba en los "asuntos de la plebe".

El conejo se hizo rápidamente con la situación, proponiéndoles poder demostrar su inocencia con un plan de búsqueda. Cada uno de ellos debía formar un grupo entre sus semejantes para investigar y encontrar las pistas que llevasen al ladrón. El objetivo final era rescatar los huevos y entregárselos a mamá Diplo.


Éste era el plan...

A la mañana siguiente los diez animales se agruparon en clanes con sus semejantes. Partieron en busca de huellas e indicios que llevaban a otras más complejas. Algunas pistas eran unos signos extraños que no conocían... ¡Si la cosa seguía tendrían que inventar la escritura! Cuando reunieron todas las pistas, los diez se juntaron a deliberar. Todos los indicios llevaban al mismo punto. El ladrón era un tipo muy escurridizo, pero lo habían descubierto...

¡Nura era el ladrón!

Fueron rápidamente a pedir explicaciones. Todos los animales de la selva lo acorralaron. Le gritaban: ¡Conejo malo! ¡Ladrón, ladrón! ¡Devuelve los huevos a su mamá!  

Nura no sabía dónde meterse. Finalmente no pudo más y confesó. 
Este fue su relato:

"Aquella noche, Nura venía de dar su acostumbrado paseo nocturno. Se acercó al río, donde la luna y las estrellas reflejaban su luz como en un espejo. Algunos jirones de nube resplandecían con los últimos rayos de un sol, que hacía tiempo se había ocultado tras las montañas. Tenían un color rosáceo, anaranjado, con tintes morados que inundaban cielo y agua de luz y color.

El Nuralagus observaba extasiado desde la orilla del río. Allí bajaban a beber y a bañarse por la noche muchos animales. Fue en ese momento que tropezó con el nido de huevos. Le pareció que alguien los había abandonado. El aire fresco de la noche podría enfriarlos, o podrían ser la cena de alguna fiera malvada.


Ni corto ni perezoso, Nura cogió los huevos y se los llevó con presteza. Corrió y corrió dándole calor con el pelo suave de su barriga. Casi los cae al tropezar con algo que parecía una maza de pinchos... "¿Quién habría dejado eso allí? ¡Podría haber echado a perder a los pequeños!"

Más tarde se asustó muchísimo con algo enorme y peludo que pasaba por allí. Hubiera jurado que era un elefante, un palaeoloxodon, pero... ¿Esos pelos? ¿Había elefantes hippis en la prehistoria? Si hubiese libros sobre ello, se habría informado, pero, como aún nadie había inventado la escritura, pues nunca lo sabremos.

En su carrera hacia la madriguera paró por debajo de un animal enooormeee... ¡Sus patas eran altas como menhires! ¿Era un caballo?, ¿un rinoceronte?, ¿una jirafa?... No había tiempo para pararse a descubrirlo.

Iba resoplando de cansancio, pues la carga era pesada, cuando algo le pasó rozando por la cabeza y le erizó el vello - ¿Qué ha sido eso?, pensó Nura. - ¿Es un pájaro?, ¿es un avión?, ¿...Superman? (No, no... estos últimos aún no existían en la prehistoria, así que olvidémoslo).
Ya casi en la madriguera vio a un ser que dormía en el tronco de un árbol. La pareció sospechoso, así que se ocultó entre los árboles. Y se escurrió como pudo hasta su cálido hogar. Una vez allí, hizo un nido de cañas y ramas y se acurrucó junto a los huevos para darles calor.

A la mañana siguiente, ya sabéis lo que ocurrió. La visita del Diplodocus le dejó muy preocupado. Le entró miedo de que todos se le echaran encima por culpa de una confusión, y cada vez la cosa se ponía peor. Pensó en devolver los huevos cuando nadie le viese, pero los animales buscaban pistas por todas partes y le fue imposible. Sólo le quedaba esperar que los bebés naciesen para dárselos a su madre."

"Y aquí estamos , - dijo el conejo. Los huevos están a punto de abrirse. Quiero devolvérselos a su madre cuanto antes y pedirle perdón. Aunque debo disculparme con todos vosotros, pues os he engañado por mi cobardía. Lo siento mucho."

Nura parecía avergonzado, triste y realmente arrepentido. Todos los animales le empujaban, le regañaban muy duramente y le lanzaban miradas terribles y amenazantes. Pero de todos ellos, el que más miedo le daba al pobre conejo era Elvis, el Tiranosaurio, el Rex. Elvis se mantenía en la distancia, solitario, silencioso, meditabundo... y no le quitaba los ojos de encima. Nura se imaginaba en la tripa del Rex antes de caer la noche. Estaba temblando de miedo y no le faltaban motivos.

Entre el tumulto de rugidos e improperios aparecieron los Diplodocus y con ellos mamá Diplo, que no paraba de llorar y clamar. - "¡Mis pequeños! ¿Dónde están mis pequeños?".







Nura entró en la madriguera y sacó los tres huevos sobre el nido que les había fabricado él mismo, acurrucándolos en su tripa. Estaban muy calentitos. Los puso a los pies de su madre, que no dejaba de olerlos y darles calor con su aliento. Avergonzado, el conejo gigante pidió perdón una y otra vez, insistiendo en que nunca quiso hacerles daño. Su ojos estaban llenos de lágrimas arrepentimiento y sinceridad. Mamá Diplo alzó la cabeza a la altura de los ojos del conejo y empezó a lamer sus lágrimas ante el asombro de todos los presentes. De pronto se hizo el silencio y la madre habló:


- "Te agradezco tanto que los hayas cuidado como si fueran tuyos! ¡Que los hayas vigilado día y noche! ¡Que los hayas mantenido calientes y a salvo de cualquier depredador en tu madriguera! Nunca más volveré a dejarlos solos. Posiblemente me has ensañado una lección que puede salvar la vida a muchos de nosotros en el futuro. Desde ahora siempre habrá un Diplo que vigilará los huevos mientras los demás bebemos y nadamos. ¡Muchas gracias, Nura!".

Los Diplos secundaron los agradecimientos subiendo y bajando sus largos y fuertes cuellos ante la atónita mirada del resto de los animales, que nunca hubiesen imaginado una reacción así por parte de los Diplodocus. Todo era felicidad, agradecimiento y ningún reproche. Y entonces ocurrió algo inesperado...

Los huevos empezaron a romperse.

Unas patitas diminutas, unos rabos largos y delgaduchos y unas preciosas caritas vieron la luz por primera vez en sus vidas. ¡Vaya, tenían una enorme familia!


Mamá Diplo empezó a lamer a sus pequeños para limpiarlos. Todos los diplos se acercaron a reconocer su olor y a presentarse. Era una forma de enseñarles que ese era el olor de la familia, el olor que debían seguir siempre para estar a salvo en la manada. 

Cuando estuvieron bien secos les dijo con la voz dulce de una madre:

- "Y este de aquí es Nura, vuestro padrino y protector, que a partir de ahora vendrá cada noche a visitaros para contaros un cuento a la luz de las estrellas antes de dormir".

Nura estaba feliz. Se había encariñado con los pequeños y parecía que ellos también con él, pues no dejaban de frotarse con su suave pelo.

Todos los animales comenzaron a retirarse en silencio, pues ya no había más que hacer ni decir allí, cuando de pronto Elvis, el Rex, alzó regia su voz.

- "Yo también tengo algo que decir de todo esto. El Nuralagus Rex está sinceramente arrepentido. La familia Diplodocus le ha perdonado y además se siente agradecida. Nosotros hemos de tomar ejemplo, pues es la respuesta más sabia. Pero considero que no debemos olvidar lo que ha ocurrido, y es que un suceso como éste ha conseguido unir a todos los animales por una causa noble. Animales que, normalmente, o ni reparan unos en otros o son enemigos o rivales. Y eso, AMIGOS, no debemos olvidarlo nunca. Así que a partir de hoy cada año por estas fechas, propongo que el Nuralagus Rex esconda algo que debamos encontrar entre todos, para que fomente nuestra cooperación y fraternidad (que significa algo así como pactos entre hermanos que se llevan bien) y que nos haga recordar que si nos unimos, podemos ser más fuertes y superar los obstáculos de la vida".

Todos los animales estuvieron de acuerdo, incluso Nura, que se sentía tremendamente afortunado, aliviado y muy, muy contento con la propuesta.


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- "Y desde entonces, cada año, durante siglos y siglos, milenios y milenios, siempre hay un conejo que esconde huevos una noche de primavera para que los niños los encuentren", dijo Rut, el abuelo, mientras dejaba en el suelo el trozo de carbón con el que había ilustrado su cuento.


Aquella noche, niños y mayores soñaron con huevos perdidos, animales fantásticos y conejos que corrían de acá para allá, buscando algo en mágicas madrigueras, mientras pasaba el tiempo muy deprisa. Pero esa es otra historia...

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